Baloncesto sin su héroe. La nueva vida de Renaldo Balkman

Por Emmanuel “eMMa” Márquez

Es es el primer juego de la temporada 2024 y el veterano de los Mets de Guaynabo Renaldo Balkman, no sabe si podrá jugar hoy sin Michael en las gradas.

Hace 200 días que Balkman no escucha su voz. Esta mañana tampoco hablaron por teléfono. No hubieran podido aunque quisieran. Balkman busca a Michael con la mirada en el Palco 12 del Quijote Morales donde debería estar sentado. Nada.

Para jugar bien hoy, Renaldo necesita que Michael le grite durante el partido, que le exija, que lo regañe, que le brinde esa mirada que dice mucho sin decir nada. Siempre ha sido así.

Tras varios minutos en cancha azorado por las dudas existenciales resultado de ocho meses fuera de competencia sumido en su duelo, llegan los primeros dos puntos de Balkman en su temporada 19 como profesional. Los primeros dos sin Michael. Mientras la bola traspasa el aro y la malla, Balkman se percata que sigue vivo y hábil. Es en ese preciso momento, donde descubrió que aún sin su papá, sin su héroe, la vida debe continuar y el baloncesto también.

Michael Anthony Balkman murió de un ataque al corazón el 21 de agosto de 2023 a los 65 años. Su partida hizo un corto circuito a la vida de la familia, sobre todo a Renaldo.

Papá Balkman fue fundamental para Renaldo en cada paso del camino. Lo fue inclusive antes del baloncesto cuando Balkman amaba más el balompié. Pero el deporte es solo un vehículo para aprender de la vida. Así lo veía el Sr. Michael. Por eso se enfocó en el proceso, en el aprendizaje, en la consistentecia y en asegurarse que cualquier cosa que Renaldo eligiera, lo hiciera en alma y corazón. 

“Él estuvo ahí en cada paso”, desprendió Balkman a Frecuencia eMMa como pudo, entre escalofríos y pausas por nudos en la garganta. “Empujándome a ser mejor persona, empujándome a ser lo mejor que pudiera ser. El decía: tú no vas a a ser como yo, yo no lo logré, te vamos a impulsar para que hagas algo diferente”.

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Quizás por eso duele tanto, porque Renaldo no lo vio venir. No sabe cómo operar sin él. El recuerdo que tiene de su padre es el de un hombre fuerte. Casi de hierro. Un camionero de la Florida con nervios de acero cuya vida se apagó prematuramente.

Michael el papá de Renaldo, quien también creció jugando baloncesto, nunca estuvo en Puerto Rico. La isla que adoptó a Balkman como suyo en 2010 y lo llevó a dos Campeonatos del Mundo FIBA defendiendo la monoestrellada. En cambio, Michael fue a muchos sitios con él, a la NBA, a Filipinas, a México incluso, pero nunca Puerto Rico. Ese recuerdo es de los más que tortura al ex Knick de Nueva York.

“Esa era una de las cosas que él siempre quiso hacer, venir a Puerto Rico a verme jugar y yo siempre dije que lo iba hacer, pero siempre pasaba algo y nunca se dio”, dijo Balkman.

Los que ven jugar a Balkman en 2024 no tienen idea de dónde proviene su fuego, su combustible, esa ferocidad que no conoce tregua. Si piensas solo en las estadísticas, perdiste. Balkman juega como le enseñó su papá; dándolo todo en cada posesión. Cada minuto en cancha es una victoria, cada juego completado es una estrella en la corona de su padre.

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Ante tan repentina muerte, todo pudo haber sido muy diferente. Renaldo tocó fondo, su mente y su corazón eligieron vías separadas, pero eventualmente escogió perdonarse, crecer y pelear contra el peor de los demonios, ese que aveces llevamos dentro. 

“Yo estaba acabado, acabado”, admitió Balkman. “En ese momento ya yo no iba a jugar más. Estaba en una etapa donde tenía que arreglar mi mente. Estaba acabado. No podía pisar otra cancha de baloncesto sin escuchar su voz diciéndome algo o exigiéndome. Ir a una cancha y no verlo ahí. Yo estaba acabado. Estuve deprimido por un tiempo muy largo. Estuve hablando con un psicólogo, estaba en un lugar oscuro. Borré el Instagram, redes sociales, nadie sabía lo que yo iba a hacer, porque hasta el día de hoy todavía me duele”.

Aunque quisiera, Renaldo no podría rendirse. El jugador natural de Staten Island, Nueva York, admite que aborreció el juego por varios meses cegado por el dolor. Sin embargo, la decisión de retirarse no era solo suya. La historia se repite. Sus hijos Mike, Laila y Marley no le permitirían abandonar el juego que tanto ama. Es la única forma como lo conocen; activo, competidor, guerrero.

“Te diré porque me fui en otra dirección”, soltó Balkman suspirando profundamente. “Vi a mis hijos y cómo crecían, ellos hacen deporte y me han visto en la cima y me han visto en el fondo. Yo estaba en el fondo cuando sucedió. Yo sé que ellos querian lo mejor para mí y les dije: lo voy a hacer por ustedes, voy a continuar, voy a mejorar, si lo tengo que hacer 10 años más lo haré por ustedes”.

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Es complicado para muchos ver a Balkman convertirse en una persona vulnerable, pero precisamente así comenzó su sanación. El tipo de seis pies y ocho pulgadas con dreadlocks y tatuajes siempre ha navegado la vida pasando como un ser intimidante. Un hombre de caracter recio, indomable, a veces violento, que naturalmente sucumbió ante la triteza más profunda cuando le faltó su piedra angular. Llorar claro, llorar mucho. Inclusive soltar sus dos o tres maldiciones al aire. Así pasó Balkman un tiempo. Era necesario para luego tomar acción, darse cuenta que le faltaban herramientas por si solo para completar el trabajo. 

El próximo paso comienza a verse con mayor claridad en el panorama de Balkman. Continuará hasta que ya no pueda más. El amor por el juego sigue ahí , pero al calendario de jugador profesional ya le quedan menos páginas por arrancar. Justo ahí se piensa más en el legado. Se pasa lista del pasado y en el caso de Balkman se recuerda cada logro mientras se le escapa una sonrisa.

“Estoy contento con lo que hecho hasta ahora, pero quiero hacer más y no se va a detener. Quiero dejar un impacto en Puerto Rico, quiero hacer más cosas fuera de la cancha”, afirmó Balkman.

Aquí y ahora están los Mets de Guaynabo. Un equipo que lucha por regresar a la serie final del BSN como lo hizo en 2021. Balkman es de las pocas cosas que siguen en la franquicia de aquellos días. Su aportación quizás sea menor, pero su entrega es la misma. 

“La gente no entiende cuánta pasión tengo por este juego y cuánto quiero ganar este año porque será por mi padre”, manifestó Balkman. “Mi padre no querría que yo parara. Puedo sentir si él me hubiera dicho no lo hagas más, pero siento que él me diría: dale a cien millas por hora y ve y gana ese otro campeonato que tanto deseas. Siento que él está en mi vida diaria diciendo: ve y gana ese campeonato. Y este año le dedico mi temporada a él”.

Balkman no tiene opción, le toca devolverle a los suyos lo que su héroe hizo por él. Continuar, nunca dimitir.

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